jueves, 4 de agosto de 2016

"Los tres gusanos"

Después de un considerable lapsus de tiempo sin escribir, aprovecho las vacaciones estivales para retomar uno de los muchos borradores que tengo pendientes de desarrollar, y que corresponde con una reflexión sobre una lectura(1) que pude disfrutar precisamente durante unas vacaciones estivales, y en la que encontré el siguiente cuento:

LOS TRES GUSANOS

Érase una vez tres gusanos de seda que ignoraban su futuro como mariposas. Sus nombres eran: Pes, Rea e Ide. 


Se les acercaba la hora de su transformación y empezaron a sentir los primeros síntomas... Su voraz apetito fue desapareciendo, su movilidad menguaba a gran velocidad y, finalmente, sintieron cómo el capullo les aislaba del mundo conocido, de la seguridad de lo cotidiano.


En la oscuridad de su futuro tuvieron pensamientos distintos:


Pes se dijo a sí mismo que estaba viviendo el final de su vida, y en lo más profundo de su sentir se despidió de los buenos momentos.


Rea se dio ánimos diciéndose que todo aquello sería momentáneo y que, tarde o temprano, todo volvería a la normalidad.


Ide sintió que aquello que le estaba ocurriendo podría ser la oportunidad para que se cumpliese su sueño más preciado: poder volar; y aprovechó la oscuridad para perfeccionar sus sueños.


Cuando los tres capullos se abrieron, dejaron ver tres realidades iguales y distintas a la vez...


Pes era una bellísima mariposa, pero... estaba muerta..., había muerto de miedo. Rea era una preciosa mariposa pero..., a pesar de ello empezó a arrastrarse como cuando era gusano, y con satisfacción dio las gracias al Cielo por haber podido seguir igual. Ide, nada más ver la luz del día, buscó sus alas..., y al verlas su corazón rezumó de alegría, emprendió el vuelo y dio gracias, repartiendo su dicha por todo el bosque.


Es probable que, al finalizar el cuento, hayáis deducido el apellido familiar de cada una de las mariposas, es decir, i Mista, Lista y Alista o, lo que es lo mismo, Pes i Mista, Rea Lista e Ide Alista-. Efectivamente, este corto cuento nos ayuda a tomar conciencia de tres actitudes tópicas y típicas del ser humano ante su propia realidad, y que la educación puede fomentar y alentar..., tanto a unas como a otras.

Una interpretación evidente del cuento es que el proceso vital de cada persona es una constante metamorfosis cuyo resultado final obedece a la predisposición de cada individuo a realizar su propio proyecto de vida. Evidentemente, en ese proceso, además de la predisposición del individuo, al producirse en el seno de una sociedad que es la nuestra, intervienen otra serie de factores que son determinantes para la calidad, profundidad y trascendencia de dicho proyecto vital. Y uno de ellos es la influencia educativa y más concretamente la educación musical, que es a la que me voy a referir en la siguiente reflexión.

De manera más concreta, las tres actitudes protagonistas del cuento constituyen una simplificación del complejo mundo interior de cada individuo, sin embargo, mi reflexión va encaminada a poner de manifiesto la responsabilidad del educador en descubrir la actitud predominante de cada alumno en cuanto a sus metas personales con el fin de potenciar la actitud idealista como máximo exponente de las posibilidades de excelencia de una persona e intentar desactivar actitudes que restrinjan, bloqueen o perviertan dichas potencialidades.

Es frecuente que los educadores -ya bien en el ámbito general o en segmentos muy particulares de la educación como la enseñanza de la Música- atribulados y agobiados por ese "mamotreto" de contenidos a desarrollar, evaluaciones que practicar y papeleo en el que desesperar,  y al que estamos sometidos al finalizar cada trimestre y al final de cada curso académico, nos olvidemos de atender nuestra cuota de responsabilidad en la cooperación a la creación del carácter del alumno o, dicho en términos más domésticos, en contribuir en hacer mejor personas a nuestro alumnado.

En ocasiones, los procesos académicos y los procesos internos de la persona están íntimamente ligados, por lo que el inadecuado rendimiento de un estudiante puede que no tenga nada que ver con lo académico y sí mucho con lo humano, lo social, lo familiar..., lo que nos lleva a pensar que si el docente no está atento a estas circunstancias, puede cometer graves errores que contribuyan a determinar un futuro indeseable para esa persona.

Hay muchos ejemplos que reflejan esta realidad, pero hay uno especialmente significativo, el caso de Gillian Lynne(2) cuya curiosa historia es utilizada frecuentemente por psicólogos de la educación y orientadores de todo el mundo para poner nombre propio a este tipo de circunstancias.

(...) La pequeña Gillian no conseguía alcanzar resultados aceptables en la escuela, cuya dirección llegó a escribir a sus padres una carta alertando sobre un posible trastorno de aprendizaje de la niña. Su madre la llevó a un psicólogo y le explicó su preocupación por la falta de atención en la clase, su incapacidad para concentrarse y mantenerse quieta. Tras escuchar a la madre, el doctor le dijo a Gillian que necesitaba hablar en privado con su madre un momento y ambos salieron del gabinete. El doctor le pidió a la madre que observase lo que la niña hacía mientras estaba sola, y vio que estaba bailando una canción que sonaba en la radio del gabinete. Tras observarla por varios minutos, el doctor hizo notar como Gillian era capaz de prestar atención a la música y concentrarse en seguir su ritmo, por lo que recomendó a la madre que la apuntase a una escuela de danza. Según declaró Gillian, "fue maravilloso encontrarse con tanta gente que no podía estar quieta y necesitaba moverse para pensar"(3).

En este caso Gillian tuvo suerte ante la providencial perspicacia del psicólogo pero, si no hubiera sido así, es muy probable que la solución a los "problemas" de la pequeña se hubiera limitado a un tratamiento a base de pastillas, lo que hubiera acabado con los verdaderos sueños de esa persona, su felicidad y la de sus seres queridos. En otras palabras, todas las ayudas -académicas, profesionales, familiares...- que a partir de ese momento Gillian recibió y que iniciaron su verdadera y deseada metamorfosis permitiendo su máximo grado de desarrollo personal y profesional, de otra manera hubieran llevado a esta persona a un estado lamentable de frustración que hubiera afectado implacablamente a toda su vida, circunstancia que, afortunadamente para ella, no ocurrió.

Los profesores no tenemos esa formación psicológica que permite aconsejar de manera profesional y acertada a casos como el de Gillian, y es una deficiencia clamorosa del sistema educativo en su fase de formación de futuros profesionales de la enseñanza musical, pero sí podemos esforzarnos en mostrar más sensibilidad y atención a la persona que es el alumno que tenemos ante nosotros, a su forma de expresar sus vivencias, sentimientos o emociones, considerando que no siempre esa comunicación es verbal, pues hay un lenguaje no verbal formado por gestos faciales y corporales, posturas, tono de voz, movimientos, distancia interpersonal, orientación de la mirada,  apariencia física..., que da mucha información fundamental de la persona si se sabe interpretar, información que el docente ha de procesar y transformar en guía adecuada para que la persona que es el alumno tenga todas las ayudas que estén a nuestro alcance para contribuir a sacar toda la riqueza que atesora en su interior.

Es algo a lo que nosotros, profesionales de la educación, no podemos -y utilizo este verbo a conciencia y de manera intransigente, diferenciándolo del debemos, que daría oportunidad a la permisividad- renunciar a cooperar con la familia y la escuela a formar mejores personas, aunque nuestra materia -la enseñanza musical- parezca alejada de esta meta, pues en realidad está mucho más cerca de ella que posiblemente otras disciplinas educativas por el simple hecho del ratio, especialmente en especialidades instrumentales, pues nos permite la posibilidad de estar mucho tiempo con el alumnado de manera individual o en pequeños grupos, pero también en determinadas fases del estudio, al exponer al alumnado al mundo emocional en el que se mueve la expresión musical; todo ello nos permite tener una información de primera mano de lo esbozado párrafos más arriba.

Sé, y lo he reiterado hasta el empacho en múltiples ocasiones que no tenemos formación psicopedagógica, y la poca que tenemos es por los años de docencia, por intercambio de experiencias con otros colegas, por asistencia a cursos o lectura/estudio de literatura especializada en esta materia, pero como en muchas otras ocasiones, me revelo contra las carencias formativas y ante la desidia docente para invocar con vehemencia a la vocación docente y, en su defecto, a la profesionalidad del profesorado para tomarnos más en serio esto de la diversidad humana y de la verdadera y apropiada atención personalizada que merece cada uno de nuestros alumnos.

Todos entendemos que somos diferentes, pero parece que en demasiadas ocasiones lo entendemos de manera teórica o de manera egoísta. Desde mi punto de vista -demasiado liberal o desproporcionado para muchos- es mucho más importante lo que haya mejorado el carácter y la sensibilidad de los miles de alumnos que pasan por nuestras aulas, que su supuesta formación profesional, al menos en el tramo en el que trabajamos los profesores de enseñanzas básicas y profesionales. No quiero que se interpreten mis palabras como una renuncia explícita a realizar nuestra parte formativa musical y artística -nada más lejos de la realidad-, sin embargo, la realidad es que la inmensa mayoría de los alumnos que pasan por nuestros conservatorios, no continúan de manera natural hacia las enseñanzas superiores, por lo que si nuestro empeño está solamente en esto, en preparar al alumnado para el ingreso en la enseñanza superior sea como fuere,  estaremos fracasando doblemente: como maestros en la educación del carácter y como profesionales de la música.

Es por ello que -además de colaborar estrechamente con la familia y de intensificar la interacción de los equipos docentes- el profesorado de la enseñanza musical tenemos en nuestras manos la noble tarea de fomentar en nuestros alumnos sus cualidades más visibles, "destapar" aquéllas más escondidas, inculcar valores como la responsabilidad, el respeto, el esfuerzo, la paciencia... cuyo resultado necesariamente tiene que llevar a una mejora personal y musical de nuestros alumnos.

Hermosa tarea, no exenta de una enorme responsabilidad, que de manera apasionada animo a abordar -o seguir avanzando en ella- a todos quienes tenemos el privilegio de desempeñar esta bella profesión.

JAC

(1) 23 Maestros de corazón, de Carlos González Pérez
(2) Gillian Barbara Lynne (Bromley, Inglaterra, 1926), bailarina, coreógrafa,  actriz, directora..., famosa por producciones icónicas como Cats y The Phantom of the Opera. En su larga carrera como coreógrafa y directora ha trabajado en varias producciones en Royal Opera House, Royal Shakespeare Company y English National Opera, así como en muchos espectáculos en West End y Broadway. 
(3) Ken Robinson (febrero de 2006). Do school kill creativity? TED talks. Consultado en septiembre de 2009.

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